El pasado 14 de agosto falleció a los 87 años de edad el
escritor norteamericano de ciencia- ficción Harry Harrison cuyo mayor éxito fue
la novela “Hagan sitio, hagan sitio” (1963) que inspiró la película “Cuando el
destino nos alcance” (Soylent Green, 1973)
protagonizada por Charlon Heston y Edward G. Robinson. Nacido en 1925 en la localidad norteamericana de Stamford (Connecticut), Harrison fue un firme defensor del esperanto y un destacado editor e ilustrador de novelas de ciencia ficción. Empezó publicando bajo diferentes seudónimos, pero el reconocimiento le llegó con su sga satírica The Stainless Steel Rat (1961), traducida al castellano como "Universo cautivo" , y que comprende diez novelas, la última publicada hade dos años. Además, Harrison trabajó varios años con el británico Brian Aldiss en la edición de diversas antologías de relatos de ciencia-ficción de los años 40, 50 y 60 del pasado siglo. También destaca en su obra, las novelas "Bill, el héroe galáctico" (1965), y "Mundo muerto" (1962)
La novela apareció por entregas
en el magazine británico “Impulse” y años después el autor explicó en una entrevista en el Locus
Magazine, cómo ideó la trama de su obra más conocida. “La idea vino de un hindú
que encontré después de la guerra, en 1946. Él me dijo, “La superpoblación es
el problema más grande en el mundo” (nadie se había enterado de esto en aquel
tiempo) y él dijo “¿Quiere hacer mucho dinero, Harry? ¡Usted tiene que importar
anticonceptivos de goma para la India!” No me importa ganar dinero, pero no
quise ser el rey de los preservativos de la India!”
Harrison fue el pionero en
alertar sobre los problemas y consecuencias de la superpoblación, y abrió la
veda para que otros autores escribieran sobre ello como John Brunner en otro
clásico sobre este tema, “Todos sobre Zanzíbar” (1979). Los temas que subyacen
en la novela son la importancia del control de la natalidad y el desarrollo
sostenible como herramientas para superar la evidente superpoblación del
planeta a medio plazo. De esta manera, el libro describe que la destrucción
ambiental ha convertido a la población en gente apática. Además, casi todo el transporte
mecanizado ha sido sustituido por la mano de obra humana, y la mayor parte de
las tierras de labranza han sido envenenadas por la contaminación. El gobierno
apenas puede proporcionar el alimento y la bebida básica a una población
desordenada que se apiña en unas ciudades que se descomponen.
Harrison utiliza la investigación
de un crimen para dibujar cómo se viviría en una ciudad de Nueva York poblada
por 35 millones de personas en 1999. Los
ciudadanos tienen una dieta a base de hamburguesas y de una harina de avena
llamada Ener-G. Para beber, los habitantes de la ciudad tienen unos tanques en
casa que tienen que rellenar cuando se vacían. “Manhattan se ha proyectado
hacia arriba – escribe Harrison en su novela-, alimentándose con su propia
carne a medida que arranca los edificios antiguos para reemplazarlos por los
nuevos, irguiéndose más altos, más altos… pero nunca lo bastante altos, ya que
no parece existir ningún límite a la
gente que se apretuja aquí. Ejercen presión
desde el exterior y crean sus familias, y sus hijos y los hijos de sus hijos crean familias,
hasta que esta ciudad está poblada como ninguna ciudad lo ha estado en la
historia del mundo.”
El merito de Harrison fue el de
escribir sobre la superpoblación en una década en la que en los EE.UU
predominaban los relatos y películas de ciencia ficción sobre desastres
nucleares, sobre platillos volantes de planetas lejanos, y viajes
intergalácticos. Solo hace falta visionar unos cuantos capítulos de la serie The Twilight Zone (1959-1964) para comprobar como el riesgo de la superpoblación no era un
tema que se tratara habitualmente en la series de ficción de esa época.
El escritor puso sobre la mesa una
pregunta más que real que hoy día sigue teniendo una vigencia aplastante:
¿acabará la superpoblación con los recursos naturales del planeta?
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